Una vez más, los derechos de organización y reunión de los jóvenes, así como los procesos de construcción social, se han visto pisoteados por las fuerzas opresoras del Estado, desconociendo el carácter cultural y artístico del rock, estigmatizando a los jóvenes y convirtiéndolos en principales víctimas del autoritarismo.
Un país donde no existe respeto por la diferencia y en donde los jóvenes, entre ellos los que escuchen rock, no tienen la más mínima participación en la construcción de la sociedad.
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